lunes, 19 de diciembre de 2011

Voraz

A determinada edad la presión por lograr ciertas cosas casi me lleva al borde del colapso (y de entrada aclaro que está en mi naturaleza ser un poco exagerada).
Era una presión interna, que afloraba como consecuencia de algo externo.
El tiempo se me vino encima y empezó a correr mucho, pero mucho más rápido que la velocidad de mi razón (o del corazón) para decidirse entre el deber ser y mis necesidades reales (digo bien, REALES, y de paso me libero).
En este periodo lo que me pasaba era eso que a cualquiera le podía pasar: una crisis de edad; pero (y talvez victimizándome un poco) en mí caso había además un plus de otra cosa: una necesidad imperiosa de salir de la mediocridad o del puro conformismo. Si a esto le sumamos una ilusión (idea que vaya a saber quién me la metió) de que algo fantástico me iba a suceder, y me iba a llevar lejos de una realidad común y corriente, da como resultado una gran frustración, mucha confusión y la descripción de “voraz” por parte de mi terapeuta. (Voraz: que destruye o consume rápidamente, que come desmesuradamente y con mucha ansia)
Al principio no podía creer que una característica tan propia de un animal tuviera algo que ver conmigo. Luego entendí que es un mal de muchos (además de caer en cuentas que todos somos animales en gran parte)
Un cocktail de metas irrealizables, grandes expectativas y la contraposición con la realidad (duro golpe), vinieron a confluir en mi desdicha e insatisfacción.
En el libro “La insoportable levedad del ser”, Milan Kundera se pregunta acerca del valor que puede tener la vida para el ser humano. Dice algo así como que: si el primer ensayo para vivir la vida es ya la vida misma, entonces lo que ocurre una vez, es como si no ocurriera nunca; y cierra diciendo si el hombre sólo puede vivir una vida es como si no viviera en absoluto.
Este planteo es talvez el que mejor explica la causa de mi supuesta “voracidad”, casi llegando a la postrimería de otra década.
El dicho que dice: “El que mucho abarca, poco aprieta” vino a aleccionarme. Dicen que a veces es mejor renunciar (aunque prefiero la palabra “aceptar”) ciertas cosas, para no sentir la frustración de no poder atenderlas.
A partir de ahí empecé a entender más aquella frase (que leía y releía de un cuadro que colgaba en el laboratorio de mi madre) y que decía: “la vida es eso que pasa mientras estamos ocupados (yo diría más bien preocupados) haciendo otras cosas”. Entonces decidí tratar de relajarme.

Publicado en Revista Dadá Mini, Edicion Nro 10